Será tuyo

 
 
Tengo el corazón caliente, ¿lo quieres?
 
¿No me quemaré?
 
¿Realmente crees que un corazón caliente quema?
 
No lo sé, nunca he tenido un corazón así entre mis manos.
 
¿Nunca?
 
Nunca, ya sé que suena un poco extraño pero es así.
 
¿Lo quieres?
 
¿Me lo darías a pesar de lo que te he confesado?
 
Si tú lo quieres es tuyo.
 
Entonces lo quiero.
 
Antes déjame explicarte un par de cosas. Este corazón, caliente como es, no debe enfriarse nunca, si ello sucediese nunca más volvería a ser el mismo, recuerda, llévalo siempre cerca de ti y eso no pasará. La segunda cuestión es un poco más delicada, este corazón que arde pero no quema es muy sensible y necesita algo más que tu presencia para seguir caliente, necesita que de vez en cuando, más pronto que tarde, le susurres palabras de amor y paz y le dibujes entre sus etéreos tejidos sonrisas de esperanza. Como te he dicho es muy sensible. ¿Lo has entendido?
 
Lo he entendido perfectamente pero no sé si seré capaz de llevarlo a cabo. No sé si soy la persona indicada para guardar un corazón así.
 
Lo harás bien.
 
¿No tienes miedo de entregar tu corazón?
 
¿Debería temer alguna cosa?
 
Mi inconsistencia emocional tal vez.
 
Tu inconsistencia emocional, como tú la llamas, no es más que la expresión física de un corazón, como el tuyo, que quema pero que aún no arde.
 
¿Quién eres realmente?
 
Soy ese corazón caliente que arde pero no quema que pronto será tuyo.



 

Más allá del velo de realidad

 
 
Periaco es hijo de Seliaco, Seliaco es hijo de Mondriaco, Mondriaco es hijo de Kiliaco, Kiliaco es hijo de Merendaco, Merendaco es hijo de Calandraco, Calandraco es hijo de Potaco, Potaco es hijo de Diavaraco, Diavaraco es hijo de Vullaraco, Vullaraco es hijo de Retaraco, Retaraco es hijo de Aziliaco y así podríamos seguir hasta el mismísimo origen de los Ockharts. Un pueblo nacido y expandido entre dos ríos, entre dos aguas que eran la propia sangre derramada por Nakon-Aco, el Primer Ockharts. Los hijos y los hijos de los hijos del Primer Ockharts crecen en una tierra fértil, bañada por el agua y el Sol dónde la existencia es relativamente fácil. Son un pueblo hábil e ingenioso, durante toda su historia han ido desarrollando una extensa red de canales y piscinas naturales que utilizaban tanto para el cultivo como para la cría controlada de diferentes especies de peces. Era un pueblo que aprovechaba los recursos sin mermarlos, intentaban abastecerse de toda clase de alimentos pero eso sí, en poca cantidad. Esta actitud, prolongada en el tiempo, provocó en los Ockharts pudieran hacer comestible la mayoría de recursos que los rodeaban, había plantas que necesitaban macerarse, secarse o triturarse antes de ser consumidas, otras sólo se podían comer si antes habían sido cocidas tres veces. Aprendieron que los alimentos frescos embadurnados de Humus Nero se conservaban durante mucho más tiempo, que si machacaban y extraían la savia de Soth Sath podían envenenar a sus presas sin riesgo alguna y que si la piel se secaba mirando a poniente durante una luna entera y luego la raspabas con piedra fría, ésta adquiría una dureza y consistencia que protegía inmejorablemente para la lluvia, el viento, el frío o el Sol. En todo pueblo o colectivo de personas que trabajan en pro de un bien común siempre aparecen individuos que aceleran el paso de ese colectivo y lo llevan más allá, hacía el futuro. Uno de éstos es precisamente Periaco, hijo de Seliaco, hijo de Mondriaco, hijo de Kiliaco, hijo de Merendaco, etcétera, etcétera, etcétera. Éste es un joven de pelo fuego, ojos agua y manos tierra. Su cuerpo espigado y flexible se resolvía como su mente, inquieta y curiosa. Uno de esos que miran más allá de lo evidente y que no reparan en lo obvio porque éste no discurre en su mismo plano. Periaco es audaz como pocos, valiente a la par que inconsciente, es en definitiva una mente inconformista que no reniega de su pasado sino que anhela crear su futuro.
 
Esta historia acaba aquí, de repente, de golpe porque Periaco hijo de Seliaco, hijo de Mondriaco, hijo de Kiliaco, hijo de Merendaco, hijo de Calandraco, hijo de Potaco, hijo de Diavaraco, hijo de Vullaraco, hijo de Retaraco, hijo de Aziliaco y así hasta el mismísimo origen de los Ockharts, no puede detenerse y esperar. Tiene que marcharse, tiene que descubrir que hay más allá del velo de realidad que cubre sus ojos agua, sus manos tierra y su pelo fuego.
 
Agua, tierra y fuego.
 
Y la Vida... continúa.
 
 



¿Qué forja será?

 
 
Una silueta, una enorme capa, una tenue luz y unos ojos enrojecidos de tanto leer. Un huesudo cuerpo, unas manos sucias, unos pies descalzos y unos harapos que bien poco protegen. La enorme capa negra, el doble de lo que necesita el huesudo cuerpo, oculta la tenue luz de una corta vela mientras los ojos vivos y curiosos de un niño leen con manifiesto entusiasmo. Esa pequeña y tenue luz es lo único que lo separa de la oscuridad absoluta. A sus once años tiene miedo a pocas cosas aunque siempre actúa cautelosamente. Ha estado estudiando como entrar sin ser visto durante una luna entera y ahora que está dentro le cuesta centrarse en la lectura y no perderse en el entusiasmo. Comprende todo lo que lee aunque esté escrito en rhasio ântico, una lengua que hace más de trescientos años que nadie la habla. En esta ancha y vasta Tierra Calcia solo hay cinco personas capaces de leer rhasio ântico y una de ellas es este niño de once años. Su huesudo cuerpo sigue encorvado y leyendo sin pestañear, es un ávido lector, se nota a pesar de su corta edad, y por lo que parece no va a parar hasta terminar su lectura. No parece cansarse de leer, no parece que el hambre ni la sed lo atenace y parece que la soledad no lo intimida. Si lo miramos mientras lee vemos a un simple niño pero si observamos directamente a sus ojos comprobaremos en ellos la forja del hombre que crece en él. Parece que cada hoja leída por el niño equivalga a un año vivido para cualquier otro, parece que el libro guarda un secreto, un misterio escrito en una antigua lengua que es esencia en estado puro. La mente de este débil cuerpo parece poder encauzar todo el conocimiento que descansa en cada una de sus hojas. Todo el mundo sabía, a través de las canciones y leyendas, que el rhasio ântico era una lengua mágica, una lengua que era conocida por todos los seres que habitaban la Antigua Tierra Vasta, dónde todo era posible porque todos lo hacían posible. Nos asombramos al comprobar como este niño ya conoce este mágica lengua aunque no sabemos porque lee con tanta avidez ese libro. No pretendemos interrumpir ni forzar una situación que desconocemos y aunque nos gustaría saber más sobre este niño que tanto parece haber vivido, nos retiramos y buscamos la luz del Sol. La necesitamos. El aire fresco de la mañana nos golpea, lo agradecemos. Nos sentamos sobre una enorme piedra lisa que aún conserva la escarcha de la noche. Está fría pero eso no nos importa. El niño ocupa nuestro pensamiento, su huesudo cuerpo, sus sucias manos, sus pies descalzos y sus harapos que bien poco protegen no le hacen justicia, es más de lo que aparenta. Sabe y lee rhasio ântico y ahora está aprendiendo los fundamentos de la vida a través de un libro mágico. Esperaremos su salida, sin duda, y lo seguiremos de por vida, nos comprometemos en ello porque queremos resolver una cuestión, queremos saber...
 
¿Qué forja será capaz de modelar a un hombre así?
 
 


En esa honda cavidad

 
 
En esta tierra dónde viven los Viejos Arcanos todos se miran el culo y se preguntan sí en su honda cavidad existe algo de ellos mismos. Algunos se lanzan dentro piedras, otros monedas y lo más osados tiran a sus madres pero nunca, nunca nunca, ha retornado sonido alguno de esa honda y oscura cavidad que es su culo. No es que sea algo desconocido la afición que tienen los Viejos Arcanos por mirarse el culo y por su actitud perseverante por saber si las cosas suenan una vez sueltas dentro de su honda cavidad, eso es algo sabido, lo que extraña y mucho, es que sean tan nefastos a la hora de mirarse, dícese para los no ilustrados, el acto de corvarse sobre sí mismos y descubrir en una sola mirada, que no nace en sus ojos, su black hole particular. Hay que aclarar que los antiguos Viejos Arcanos poseían mejores y más eficaces técnicas pero los oscuros años del Destierro borraron todo vestigio de esas costumbres que tanto hicieron por ellos. La verdad es que los de ahora resultan simples marionetas comparados con los antiguos que conseguían una curvatura sobre sí mismos y una comprensión de su culo mucho mayor y más completa. Los antiguos conocían la no-existencia de sonido alguno en el fondo de la honda cavidad pero los Viejos Arcanos de ahora siguen esperándolo y mientras, se miran continuamente en busca de algo que según las antiguas creencias reside en lo más profundo de su culo. Dejan caer cosas y no suenan una vez sueltas, sueltan cosas y el sonido no deja caer ni una gota de sí mismo. Como toda honda cavidad ésta debería provocar cierta resonancia pero en este caso no es así. Simple es la vida del Viejo Arcano de ahora, mirarse el culo y esperar, escuchar y no desistir. Una ardua tarea para todo aquel que tiró a su madre por la borda de su culo en el principio de los Tiempos y una contemplativa acción para todo aquel que vive en esta tierra perseverante. Todos ellos, en la profundidad de su abisal vida, se miran el culo y siguen preguntándose sí en su honda cavidad existe algo de ellos mismos y sí un día ese algo emitirá sonido alguno. Ante este oscuro tema de profundidad incierta la pregunta sobre que pasaría si los Viejos Arcanos conociesen el Principio de Incertidumbre que tanto rige en nuestro plano, la respuesta más recurrente sería un ahogado grito que tanto nos recordaría a las madres que son lanzadas a un culo cualquiera. También hay que aclarar que las madres son las menos lanzadas porque en sí son las creadoras de los futuros encorvados miraculos, esos mismos que prefieren tirarse al culo piedras, palos, monedas o autobuses. Aquí uno mismo puede conocerse a través de la profundidad de su propio culo aunque dede saber que nunca, nunca nunca, ha retornado sonido alguno de esa honda y oscura cavidad.
 

Síl'labo

 
 
El clavicordio deleita a los allí presentes. Todos disfrutan del artista traído expresamente desde el extranjero, es un tipo atípico aunque se nota que sabe lo que hace. Todos escuchan la magistral interpretación, comprobamos como oyen la exquisitez de un sonido particular y como los presentes no pierden detalle y atención en todo ello. Un momento, un momento todos no, en la parte trasera una joven, demasiado joven para ser parte de la comitiva principal, no parece atender. Nos acercamos hasta ella y observamos como tiene entre sus frágiles manos unos diminutos papeles que lee con avidez. Nadie la ve, ha sabido escoger el lugar, esta protegida por una columna tres veces más grande que ella. Ahora entendemos porque no la habíamos visto en un principio, ella no deseaba ser vista por nadie y mucho menos por un ojo indiscreto como el nuestro. Queremos acercarnos a los papeles que tan importantes parecen ser para la joven pero ésta parece presentirnos y con un rápido movimiento de manos, los esconde en un pliegue de su vestido. Mira nerviosa a derecha e izquierda y después de comprobar que nadie la ve, a pesar que nosotros estamos frente a ella, vuelve a sacar los papeles. Los lee resiguiendo con su frágil dedo índice la diminuta tinta, parece más concentrada que antes y aprovechamos para volver a intentar un acercamiento. Somos muchos y no resulta fácil estar en un lugar tan reducido y permanecer indetectable aunque parece que finalmente lo conseguimos. Ella prosigue su lectura mientras todos nosotros nos agolpamos a su alrededor en busca de una mejor visión. Algunos de nosotros desisten rápidamente, otros desilusionados se alejan maldiciendo la pérdida de tiempo aunque unos pocos seguimos a su lado. Es un enigma, el diminuto papel contiene una cantidad enorme de extraños signos que parecen no decir nada si no fuera porque el frágil dedo índice de la joven los recorre con la firmeza de quién algo sabe. Los pocos allí reunidos concluimos que debe ser un código secreto, un mensaje encriptado que solo ella conocía. Tal vez pertenece a un pretendiente, un amante o un doncel y poco a poco nos fuimos retirando al son de un clavicordio que sigue sonando maravillosamente bien por toda la sala. Síl'labo, uno de nuestros más ilustres miembros, sigue junto a ella, se mantiene en silencio y observando de cerca los diminutos papeles de la joven. De repente esboza una tenue sonrisa, mira los ojos de la joven y asiente afirmativamente con la cabeza. Parece satisfecho con lo que ha averiguado. La mayoría estamos reunidos junto al clavicordio cuando vemos aparecer a Sil'labo. Su lento caminar contrasta con la fina sonrisa que se le ha quedado el encuentro con la joven. Oye Sil'labo, ¿sabes que eran aquellos símbolos? Un lenguaje, ¿y qué decía? Lo mismo que la música que ahora escuchas, ¿lo mismo? Lo mismo, exactamente el mismo mensaje, exactamente la misma clave y exactamente el mismo tono, ¿cómo puede ser eso? Es la fuerza del Amor, ¿que tiene ver todo esto con el Amor? Todo tiene que ver con el Amor, la joven, los diminutos papeles, el clavicordio, la música, el atípico artista, todo es Amor y el Amor lo es todo, no acabo de entenderte Sil'labo, cuando tengas mi edad lo entenderás todo y mucho más.
 
Sil'labo sonríe abiertamente. No es por él sino por la joven de frágiles dedos, por el atípico artista que es su amante y por el código secreto creado por ellos que al son de un clavicordio es poesía de amados. Solo Sil'labo ha entendido la escena, solo el milenario ser comprende lo sublime, lo eterno y lo vital de toda aquella intrincada historia de Amor. Se pregunta si los dos se amaban ya desde pequeños, imagina que él se tuvo que marchar y hacerse una vida, acabo siendo un reconocido artista y con los años regresa a través de una invitación a su tierra, a su casa en busca de unos brazos amados que lo esperan aún esperanzados. Aún se acuerdan de su código infantil, aún comparten sueños y futuro, eso es lo que esta pensando Sil'labo cuando en el clavicordio suena la última nota. Todos se levantan y aplauden, Sil'labo busca a la joven al final de la sala pero ella ya ha desaparecido. Observa el rostro del artista que es de satisfacción y de agradecida gratitud.
 
La sala se vacía. El clavicordio se silencia y Sil'labo sonríe...
 
… es la fuerza del Amor.

 

En

 
 


En el color de la melodía un SUSPIRO aparece con levita.
En la levita de un SUSPIRO-color existe melodía.
En la melodía levita color y SUSPIRO.
En el SUSPIRO melodía color levita.





La Estatua

 
 

Esta estatua de roca dura
ha vuelto a su lugar,
(0) a su sitio (0),
a su cama vertical y pétrea,
al lugar que le vio nacer,
darse forma
y finalmente,
respirar.
.....

El coloso de piedra moteada de tenues colores,
otra vez, de nuevo y como siempre ha sido,
aparece como algo parecido a lo inerte,
a lo inmóvil y a lo duro en este museo.
Las vivencias, los pasos, las emociones,
el aire que ha respirado, respira
y no volverá a respirar,
todo ello ya no volverá porque la estatua
ha vuelto a su sitio, a su parcela prioritaria,
a su palestra eterna y por un tiempo pospuesta.
Sus piernas, sus bordes, sus límites, su volumen,
todo él vuelve a un espacio destinado,
al universo conocido,
a la estrella lejana,
a la plática
de plata.
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Seguía bailando

 
 
Chopp Shuei era un ratón de ciudad. Vivía en la más grande urbe de aquel gran país, en el barrio más grande, en el distrito más grande, en la calle más grande, en el edificio más grande, exactamente en la habitación más grande. Vivía allí desde que nació. Sus padres y sus múltiples hermanos y hermanas ya se habían mudado hacía tiempo pero él seguía allí. Chopp Shuei no conocía a ningún otro ratón tan casero como él aunque la verdad es que no conocía a ningún otro ratón que no fuese de su familia. No es que le diese miedo la gran calle o el gran barrio, más bien era una cuestión de prioridades. En aquella gran habitación de aquel gran edificio tenía todo lo que necesitaba y no sentía aquella fuerte sensación que acompaña a todos los ratones en algún momento de su vida, esa sensación de curiosidad por descubrir el mundo que les rodea, ésta en él estaba extirpada. La verdad es que lo apenó comprobar como toda su familia iba desapareciendo aunque él se negaba en redondo abandonar el único hogar que había conocido hasta ahora. No es que fuese tozudo, es que sabía lo que quería aunque aquello no coincidiese con los deseos de su familia. Estaba sólo aunque no sé sentía sólo. En aquella gran habitación poseía todo lo que necesitaba y poseía algo que ningún otro ratón del mundo tenía. Un tocadiscos propio. Chopp Shuei adoraba la música, toda ella aunque sentía especial devoción por la música norteamericana de los años setenta y ochenta. Le gustaba hacerse llamar Chopp Soul, vestía camisas setenteras y gastaba luas a todas horas. Al verlo bailar tenías la impresión que sus huesos no se habían soldado bien porque sus movimientos eran imposibles. Bailaba como respiraba, con suma facilidad y era una gozada verlo. Por eso Chopp Shuei era un ratón diferente, no quería vivir en el subsuelo como los demás, no quería comer las sobras y sobretodo no quería dejar de escuchar música. Seguía viviendo, música y baile, baile y música componían una melódica vida a todas luces disfrutada. La suya era una vida rica en ritmos, matices y formas aunque no en amistades, cenas o tertulias. Una vida marcada por el sonido con sentido. Chopp Shuei sólo envidiaba una cosa, no haber sido afroamericano, pensaba que entre los humanos ser negro era la ostia. Él hubiese querido ser un ratón negro, uno de esos que baila al andar, que canta al hablar y que maneja la onda del gueto. Él se sentía igual que la música que escuchaba en su tocadiscos. Y sonreía. Y bailaba.
 
Sonaba Disco Inferno...
 
… y Chopp “Soul” Shuei seguía bailando a sus setenta y ocho años ratoniles para que luego digan que la vida no es una cuestión de actitud.

 

Subidas y bajadas por doquier

 
 
Fachadas blancas. Calles empedradas. Subidas y bajadas por doquier. Esta isla me tiene fascinado. Esto es algo muy parecido a lo que cuenta mi autor preferido en una de sus novelas aunque su relato es mejor que mi vivencia. En el suyo hay mujeres enigmáticas que el devenir las envuelve en una irrealidad tan creíble que asusta. A mí leer a este tipo me perturba. En ella los sucesos se suceden en una escala atemporal aunque computable mientras que mi vivencia es plana. Pienso que mi pensamiento se cae una vez traspasa la perpendicular de mi nariz e irremediablemente acaba pisado. Menos mal que no deja huella en las calles empedradas, menos mal que mi rastro al igual de una de sus protagonista va desapareciendo mientras la historia discurre. Nunca me ha gustado dejar huella porque éstas suelen borrarse pase lo que pase, el tiempo es tan maestro en estas cosas que da miedo. Fachadas blancas, calles empedradas y esta isla me tiene fascinado, la escogí por su belleza natural y creo que me voy a quedar a vivir por su contraposición a mí. Es pura energía y yo soy simple pulso, ella es viento, arena y sal y yo un marino de papel que se hunde. Llegué aquí para encontrar la fuerza para enfrentarme a una ardua labor, mi idea inicial era partir la dualidad de mi pensamiento que parecía impregnarlo todo pero desde que llegué las cosas no han ido como creía en ese sentido. Ando perdido en una vivencia plana, como plano era el mundo no hace tanto, como plano es el resultado final para todos y como plano es todo aquello que no alcanza ciertas cotas. Ahora estoy en lo alto de un acantilado, abajo vislumbro una diminuta playa, las gaviotas vuelan cerca, muy cerca y el viento cargado de sal me golpea la cara y me satura. Recuerdo haber estado antes aquí aunque no era tan alto el acantilado ni tan pequeña la playa y ahora, en estos momentos mis recuerdos, mis vivencias y mis pensamientos se deconstruyen y se funden como lo hacen las cosas en el mar, de un modo natural y sin cambios perceptibles aunque con una eficacia fuera de toda duda. A lo lejos, fachadas blancas. Allí hay calles empedradas, subidas y bajadas por doquier, allí está mi nuevo hogar o tal vez no. una gaviota me mira, ¿acaso Juan Salvador? Me río. Un poco más tarde, desde esa magnífica atalaya, las cosas cambian. El cielo se encapota, las aves desaparecen y el agua adquiere tintes cenizas. Nubes que anuncian tormenta, tormenta que se acompaña con aparato eléctrico, electricidad que se siente, que se palpa y que se vive. Soy feliz. En estos momentos puedo decirlo. Llegar aquí, saberme sabido y luego olvidado me hace bien, me hace sentirme vivo. La tormenta ya esta aquí. Los rayos iluminan un cielo que se rompe por momentos. Empieza a llover. Agua que cae, ser que se diluye, ¿acaso esto no es dualidad? Imposible salir de ella hasta ahora. Cae un rayo. Mi mente se ilumina, entonces...
 
… subidas y bajadas por doquier.
 

Dos personas que por unos segundos

 
 
Condenado número 233, ¡levántese!
 
Me incorporé de mi asiento cabizbajo y desalentado por los delitos que se me acusaba. Era inocente, verdaderamente inocente pero todo demostraba lo contrario. Había caído en una trampa cómo un simple pardillo, maldecía a aquellos tipos que me la habían jugado bien jugada. Todo por culpa de unos ojos que por unos segundos me hicieron creer en un sueño, creí ver en ellos que por una vez en la vida la suerte me sonreía pero no fue así, volví a perder y esta vez parecía ser la definitiva. No podía levantar la vista del suelo, estaba abatido y sentía cómo mis fuerzas flaqueaban ante cada una de las sentencias firmes que el juez dictaba. Al final se dictaminó diecisiete años de cárcel por cinco asesinatos que no había cometido. Esa fue la última palada de tierra de una fosa dónde reposarían mis infortunados huesos. Me sentía más muerto que vivo mientras los familiares de las víctimas gritaban alegres que un inocente se fuese a morir en la cárcel. Para ellos no había perdón para mí, para mí no había perdón para el asesino de aquellas cinco víctimas. Al llegar a mi celda de detención todo seguía nublado en mi mente, me costaba asimilar que nunca más vería la calle, que nunca más observaría un amanecer desde la arena fina de una playa, que nunca más respiraría el aire puro de la alta montaña, que nunca más... Y rompí a llorar.
 
El Jefe rompió a llorar, su emoción era tan intensa que no pudo contener las lágrimas una vez se enteró de la noticia. Su plan había salido a las mil maravillas, ahora su organización quedaba libre de toda sospecha policial sobre aquellos asesinatos y podían seguir sus negocios sin demasiadas presiones. Había sido un golpe perfecto a todas luces y sólo él conocía toda su realidad. Había elegido una víctima, una persona solitaria, anodina y de fuertes hábitos rutinarios, y la mandó seguir. Cuando supo de ella todo lo que necesitaba ideó una trampa, una sofisticada representación en plena calle con todo tipo de detalles. Quería que fuese inequívoco determinar que aquel pobre infeliz era un asesino despiadado. Los hombres actuaron rápidos mientras la bella Y* seducía en plena calle aquel infeliz con sus maravillosos ojos y sus dulces palabras. En un abrir y cerrar de ojos sus hombres habían desaparecido, Y* esfumada y el cadáver endosado. El arma homicida, que también era la autora de las otras cuatro muertes, fue depositada en las manos del infeliz que tan pronto entendió la escena se vio rodeado por la policía y detenido. El Jefe se enjuagó las lágrimas y prosiguió en sus quehaceres sin pensar ni una vez más en aquel pobre infeliz.
 
Y* llevaba trabajando tres años para el Jefe y era el plan más perverso que le había visto ejecutar. Ahora la organización quedaba limpia de sospecha y podía proseguir impune sus actividades delictivas y el trabajo de tres años se iba a la basura. Y* era una agente infiltrada de la policía secreta y cómo tal había tenido que hacer cosas que nunca hubiese querido hacer pero aquello era demasiado. Sus superiores habían dejado que aquel pobre infeliz se le condenase por unos asesinatos a sabiendas que era inocente. Cada vez menos entendía la justicia en aquel país y sólo sus firmes convicciones le permitían seguir adelante en momentos cómo aquellos. Debía pasar un informe a su enlace pero no le apetecía. Aún pensaba en aquel hombre, en aquellos ojos que parecían suplicarle algo, en ellos vio un atisbo de sueño, del sueño que ella buscaba y tanto había anhelado en toda su vida. Sólo fueron unos segundos pero se quedó completamente cautivada. No sabía sí era amor porque no sabía que era enamorarse. Por otro lado, se maldecía al pensar que los malos habían vuelto a ganar, éstos quedaban impunes de sus actos y nuevamente se repetía la misma historia de los últimos tres años. Frustrada y desalentada eran las palabras que mejor la definían en esos momentos y sentía que había vuelto a perder y esta vez parecía ser la definitiva.
 
 



Árbol caído




Qué frágiles son las ramas del árbol caído,

qué muerto está su tronco maltrecho,

qué triste verlo así,

inerte y frío.




Ahora no parece el que fue,

ahora es el que nunca pensó ser,

ahora es el que no puede saber.




Cuentan que otros vendrán,

frágiles, fríos y tristes se volverán,

cuentan que ninguno sobrevivirá

pues la tristeza los engullirá.




Qué frágiles son las ramas,

qué muerto está su tronco,

qué triste verlo así,

qué triste verlo así,

maltrecho y caído,

inerte y frío.

 
 


Y si te digo

 
 
…y si te digo que el que escribe no soy yo, que hace tiempo me poseyó una sombra, una de esas que a pesar de vestir de negro no tenía nada de maligna. Descubrí rápidamente que era apacible, culta y de buenas formas a la vez que responsable y alocada a partes iguales y su sentido del humor era del todo irreverente. Para mí fue un soplo de aire fresco, una nota de color a una vida llena de claroscuros. Recuerdo haber pensado que cuando eres joven eres presa de tus miedos e inseguridades y cuando eres adulto eres esclavo de tus realidades y responsabilidades y recuerdo haberme reído. Una vez, un Poeta me explicó que la vida es como la escritura, está llena de pasajes insufribles y otros realmente excelsos, pasaje, páginas, letras o impulsos que bien valen una vida a pesar de los pesares. Por ello y por muchas más cosas más ahora pienso y te digo que el que escribe no soy yo. Yo me dediqué desde muy joven a la aviación, ser piloto o aeroplano no era importante en ese tiempo, lo que fundamentaba mis pasos era la necesidad imperiosa de aire. Hubo un tiempo en que llegué a perfeccionar una antigua técnica de respiración que transcendía la simple necesidad de aire por parte del cuerpo, la inspiración iniciaba un proceso bioquímico que desencadenaba un maravilloso y armónico caos que a día de hoy aún persiste en mí. La acción y la reacción a nivel molecular y todo ello en un medio relativamente controlado, una especie de laboratorio interior con probetas, ensayos y analíticas, algo así como conocerse a través de saberse. Por ello y a través del aire más puro te digo que el que escribe no soy yo, a veces escribe solamente una mano, otras el pensamiento, la mayoría de veces el corazón aunque el hígado, hemoglobina y los bronquiolos siempre tienen algo que decir. Está de más decir que el alma no habla o escribe, ella se mantiene en un sustrato más elemental y menos cotidiano, algo así cómo unas vacaciones pagadas a costa de una vida cargada de cargos. Y a todo esto, déjame preguntarte, ¿a cuántas personas nuevas conoces en tu día a día?¿a muchas, a pocas?¿siempre los mismos, el mismo barrio, la misma ciudad, el mismo trabajo acaso? Eso hace que seas demasiado para mí, sobretodo cuando no has escuchado jamás el despertar de las aves, cuando desconoces el color de la hierba fresca y cuando crees que la amapola se fuma, entonces eres demasiado para mí, me pliego ante ti y pido humildemente tu indulgencia, ¡oh sabio salvador! Permíteme iluminarme a través de ti porque tú pareces saber. ¿Pero sabes? Tú saber no me interesa, no huele a vida, huele a escalera C piso quinto culo, a parada de autobús cercada, a jefe con ojeras, a insatisfecho sin remedio, eres lo que eres y sabes lo que sabes porque te equivocaste. Yo también me equivoqué por eso déjame que te diga una vez más…
 
… que el que escribe no soy yo.
 



Cuando eres joven eres presa de tus miedos e inseguridades
y cuando eres adulto eres esclavo de tus realidades y responsabilidades”



Lupus



Apenas avanzaba en medio de aquella ventisca. Me hundía en la superficie nevada que cada vez era más abundante. Tenía frío, mucho frío pero no me podía detener. Había perdido el rastro en medio del vendaval pero persistía en mí la esperanza que al final mi instinto más básico me conduciría hasta el lugar indicado. Seguí avanzando sin pensar en nada más que un paso y después otro, un paso y después otro... No sé cuanto tiempo estuve caminando por entre montañas cubiertas de nieve y azotadas por vientos helados que más bien parecían un ataque coordinado que una poderosa manifestación de la naturaleza, la verdad es que no sé cuanto tiempo pero a mí me pareció una eternidad. De repente apareció ante mí un árbol, luego otro y otro y en muy poco tiempo caminaba protegido dentro de un espeso entramado de ramas y más ramas, hojas y más hojas que se movían al son de la salvaje naturaleza. Allí hacía calor, lo suficientes para derretir la nieve, había agua por todas partes, enormes charcos de agua de los que me aproveche y bebí hasta saciarme. Volví a recuperar el rastro. Llegué a un acantilado cuando los últimos trazos del día retrocedían. Había llegado a tiempo, justo para verla aparecer. Empecé a sentir su presencia en cada poro de mi piel, en cada célula de mi organismo y en cada molécula de mi esencia. Empecé a aullar cada vez más fuerte. Quería que supiese que estaba allí, que había acudido a nuestra cita. Éstas ya eran incontables y se prolongaban en una larga historia desde mi primer pelaje negro hasta llegar a mi actual pelaje blanco, desde mis iniciales ojos azules al rojo intenso de ahora. Unos encuentros que me han visto crecer mientras ella seguía igual de hermosa que siempre. Empezó a dibujarse su silueta en el horizonte y mi piel se erizó, sentí como mi sangre hervía literalmente. Aúlle fuerte, más y más fuerte, más y más profundamente mientras ella seguía elevándose. Eran los segundos más mágicos de nuestro compromiso, verla alzarse lentamente, asomando una mejilla, un ojo, luego su preciosa nariz, el final de su boca y finalmente, toda ella. Era maravilloso verla tan bella y radiante desde su amanecer. Sus rayos atravesaron mi cuerpo, mi mente y mi ser como si fuera nieve, como si fuese aire, como si no fuera nada. Me completé en felicidad. Yo aullaba y ella resplandecía majestuosa en los cielos. Estuve aullando toda la noche, no me cansé y no desfallecí. Ella era mi fuente, mi sustento, mi razón, por ella recorría este mundo, tierras y más tierras hasta llegar a los lugares más recónditos. Era nuestra historia, ella iluminaba y yo aullaba. Ella siempre bella y resplandeciente, yo cada vez más blanco, cada vez más viejo. Acabó nuestro encuentro y me sentí más vivo que nunca. Vivir era importante, era una cuestión de querer o no querer y no tanto de poder. Al llegar a las montañas ya no había rastro del viento aunque una enorme cantidad de nieve lo cubría todo. Tardé tres días en salir de aquellas montañas y encontrar un refugio seguro. Me sentía pletórico de fuerzas y ya pensaba en la próxima vez que nos encontraríamos. Sería de nuevo maravilloso, estaba seguro.
 
Han pasado muchos inviernos, demasiados para mis frágiles huesos y desgastados dientes. Mi pelaje sigue blanco y mis ojos persisten en su rojo intenso de antaño pero por todo lo demás, el tiempo ha sido implacable conmigo, como debe ser. Debo confesar que soy feliz, por saber que moriré y ella seguirá iluminando las noches más bellas de este mundo.
 
Escucho a otros lobos aullar, fuerte e intenso como antaño yo mismo hacía. Ella está llegando y debo estar presente. Debo partir y estar junto a ella por última vez.
 
Cierro mis ojos, abro mi corazón.



Jesusio

 
 
Un porro. Un chino. Otro porro y una pizca de coca antes de salir de casa. El desayuno, cómo le gusta decir y así empiezan los días para nuestro amigo Jesusio. Tiene veintiún años, está en el paro y vive con sus sufridos padres. No se le conoce novia formal. Trafica con drogas y objetos robados para sacarse algún dinero. También toca como bajista en una banda de rock y con ello se siente confiado que la música le sacará del atolladero que es su vida. Vive entre enormes edificios, sin condiciones básicas ni servicios. Es uno de los parias de este siglo que han sido arrinconados hasta nuevo uso. Jesusio está hasta los huevos de este mundo y tiene ganas de prenderle fuego a todo. Jesusio se siente a tono, la pizca le ha sentado especialmente bien y se dirige a su trabajo más animado que de costumbre. Hoy tiene que finiquitar un asunto que le llevará diez minutos y su jornada laboral habrá acabado. Media hora después ya está en el bar de siempre tomándose algo y hablando con los habituales sobre política, coches o fútbol. Jesusio aprovecha un momento y va al baño a meterse dos rayas y para no ponerse muy tonto, se fuma una cañita en la terraza del bar. Es del costo del negocio anterior. Parece bueno y entre calada y calada piensa en el precio que le va a poner al gramo. Se despide de los clientes del bar y se va a otro. Allí habla y mueve las manos y se queda hasta que se acaba dos cervezas. Vuelve a casa con ganas de meterse un chino y comer pizza. Se mete el chino, con una dosis extra por haberse demorado, y antes que el hambre sea voraz empieza a comer. Finalmente sólo come una porción y media de la pizza. Se prepara un carajillo, dos porros, uno de costo y otro de marihuana que su buen amigo Matias le ha dado mientras volvía a casa. Después de la maría se siente un poco acelerado y antes de acostarse decide meterse algo más. Una pipa corta de crocko, es lo que Jesusio piensa que necesita y sin dilaciones inspira fuertemente. A Jesusio el crocko no le gusta especialmente aunque reconoce que es lo mejor en situaciones cómo aquella, aunque duela su despertar. Jesusio no puede dormirse, ni con los documentales ni con la química asistencial que le está proporcionando a su cuerpo. Se fuma otro porro enorme de marihuana con poca picada pero ni aún así consigue adormilarse. Se siente fastidiado por no poder descansar. El día de hoy ha sido duro, se auto convence Jesusio, no siempre uno está tan dispuesto cómo hoy para trabajar y por eso cree necesita más que nunca un descanso. Otro porro, un whisky y otro porro de la cosecha de Matías sin que los resultados esperados aparezcan. Se hace de noche y Jesusio decide salir un rato. Al volver está cansado. Se ha metido porros, chinos y japoneses, un fumatto, dos platitas, medio gramo de coca, algunas anfetas y algo más que no recuerda pero que estaba bueno. Lo ha regado todo con whisky, cerveza, gin tónic y una jarra enorme de sangría venezolana. Está cansado y ahora más que nunca mientras se estira en su cama, una sola idea recorre su maltrecha mente...
 
… está hasta los huevos de este mundo.


Jueves tarde



Jueves tarde, 16:14 horas aproximadamente, acabo de aterrizar en un lugar indeterminado. Desconocido por mí. Aquí no existen coordenadas, no sirve de nada una brújula y el astrolabio está de más por lo que parece. Observo como el cielo cambia por momentos, las estrellas se mueven caprichosas sin seguir ningún orden aparente y los planetas y sus lunas a veces están y otras no. Se comportan como partículas simples. Me parece estar más en un mundo cuántico que en uno físico y es entonces cuando pienso que ni el suelo ni yo estamos a salvo de aquella vorágine y efectivamente, no estamos a salvo. Caigo en una especie de embudo, la tierra firme de hace unos segundos se desvanece bajo mis pies y me arrastra. Mientras caigo miro como mis manos se desvanecen ante mis ojos, miro mis piernas y ellas ya no están, intento gritar pero ya solo queda una boca que se diluye junto al punto indeterminado en el que acababa de aterrizar.[vorágine: Confusión, desorden y precipitación en los sentimientos, en las formas de vida, etc...]
 
Al recuperar la conciencia me sentí ligero. Mi cuerpo no pesaba y mis movimientos eran rápidos y ágiles, estaba en un lugar dónde la gravedad parecía muy relativa. Los cielos se cubrían de un amarillo brillante pues aquella tierra tenía muchos Soles, unos pequeños y otros extremadamente grandes, las aguas de color turquesa lo cubrían todo excepto aquella pequeña isla en la que había acabado. Era del color de la obsidiana y era una visión impresionante de una tierra fuera de toda comprensión. Volví a pensar en qué podría caer y entonces caí.[obsidiana: Mineral volcánico vítreo de color negro o verde muy oscuro]
 
De repente desperté en una cama. Estaba en una habitación totalmente blanca. A la lejanía vi a dos mujeres hablando en voz baja. Las intenté llamar pero mi cuerpo no respondió. Me dolía. Recordaba haber estado en una playa y en un mar de obsidiana pero aquellos recuerdos me parecían lejanos, sabía que habían pasado más cosas pero no podía acordarme y mi cuerpo no dejaba de dolerme. Así no podía pensar. Así no era nadie ni nada. Cerré los ojos y respiré profundamente. Esta vez quise caer y dejar aquel dolor, abandonar aquella materia que tanto me mortificaba, entonces caí de nuevo.[dolor: Sensación aflictiva de una parte del cuerpo. Pena, tristeza, pesar, sufrimiento]
 
 Jueves tarde, 16:13:24 aproximadamente. Acabo de tener un accidente de moto. Un coche de color negro o verde muy oscuro ha frenado de repente y me he empotrado contra él. Aunque suene un poco extraño he vivido toda esta escena a cámara lenta, he podido ver como mi moto se comía la parte trasera del coche con todo tipo de detalle, como he deformado su chasis y mi moto se ha destrozado, he visto y sufrido como mi cuerpo caía directamente sobre su techo, rebotaba y caía finalmente sobre el duro suelo.
 
Jueves tarde, 16:14 horas aproximadamente, pierdo la conciencia y no la he vuelto a recuperar...
 
 
 
 

The Piara History X

 
 
Kirodelio y sus porco-nautas iniciaron sus aventuras en un mar de... mmmm... bueno, en un lugar dónde su nave hecha de desechos navegaba no sin ciertas dificultades. Lo dicho, valientes salidos de una piara con su Capitán guiándolos hacía la siguiente aventura y bajo la promesa de un imponente y fétido botín. Zarparon una vez más y esta vez hacía la costa de la Inmundicia. El Capitán había oído, en una de sus sórdidas noches, que en las costas de la Inmundicia todo relucía al sabor porcino de la vida. Era una especie de Valhalla para porco-nautas vivos aunque nadie había conseguido regresar jamás. La razón, un misterio. Se especulaban mil razones aunque esto no amedrentó al Capitán que bajo la influencia de la futura recompensa empezó a convencer a su tripulación de los beneficios de aquella aventura y poco a poco todos fueron aceptando a sabiendas que a lo mejor no sobrevivirían lo suficiente. Eran porco-nautas valientes, los más valientes en aquel mar de.... mmmm... bueno, en aquel lugar dónde los desechos se deslizan sobre otros desechos y dónde solo ellos estaban dispuestos a navegar. La mañana que zarparon el cielo amaneció marrón y al poco de salir del puerto, una lluvia de olor nauseabunda les empezó a golpear la cara. Es un buen augurio, gritó el Capitán. Los días se sucedieron y ante la escasez de víveres, los porco-nautas, inteligentes como eran, se empezaron a comer la nave. Cuando sólo les quedaba el casco, un mástil y una vela divisaron tierra. Una enorme y fétida tierra de escombros y basura. ¡El auténtico Paraíso! exclamó el Capitán. Al llegar comprobaron que hasta la arena se podía comer, era deliciosa y pronto la estuvieron engullendo sin medida. Después de una semana habían avanzado unos pocos pasos desde la misma orilla de la Inmundicia porque sus enormes panzas no les permitían ponerse en pie, ahora si eran unos porco-nautas felices.
Los habitantes de las tierras natales de aquellos porco-nautas aún se preguntan si regresarán algún día aunque nosotros sabemos que no lo harán, tenemos la certeza que aquellos valientes porco-nautas perecerán en una costa de la que apenas conocen poco más que su orilla.
Fueron porcos y nautas y valientes pero no tan aventureros cómo en un principio nos imaginamos.