Éste, nuestro navegar



Navegamos a favor del viento. En nuestro barco. Las olas, pequeñas y silenciosas a esa hora de la mañana, cuando el Sol aún retoza con su amante Horizonte pero sus luces ya se empiezan a intuir, golpean caprichosas nuestro cascarón. Cómo avisándonos del nuevo día, de las olas que vendrán y los momentos que se vivirán. Allí. En la cubierta del barco. Navegamos a favor del viento y cortamos el mar sin apenas notarlo, es una caricia que intentamos hacerle llegar. Estamos con él, entre él y en él y a este Mar inmenso, insondable y sonoro es dónde nos abandonamos. Ya despunta el perezoso Sol que en un cielo sin nubes, nos descubre sus múltiples colores en su forma más bella. Amanece en el Mar. Nos dirigimos a quién sabe dónde. Sin rumbo, sin prisas, con pasión. Un viaje rápido o lento, tan sólo el viento de la realidad lo puede saber. Navegamos a favor del viento. Con las velas desplegadas, ondeando a un viento que no sopla sino susurra, seguimos. Sin prisas, a favor del viento. Silencios en forma de agua surgen a nuestro alrededor. Ahora nuestra caricia se hace más tenue, aceleramos nuestra navegación pues el Sol arrecia a un viento que hasta ahora parecía medio dormido. Deslizo mi mano sobre el agua, miles de diminutas gotas de agua salen despedidas. Miles de arco iris bailan felices sobre un mar que nos sostiene y protege, que nos cuida y mima y que no sopla sino que susurra. Navegamos a favor del viento. En nuestro barco. Surcamos el mar y nuestro barco esconde su sombra. Lejanas aves nos miran y luego siguen su vuelo. Las olas golpean con fuerza el barco en un radiante día de Sol. El viento nos lleva. El timón sigue roto y las andaduras aún por hilar. Miro nuestra estela sobre el agua. Es blanca y podría jurar que es cálida y suave. Navegamos en un lugar que está lleno de ancestral significado, de materia prima en estado puro y el viento nos acaricia sin cesar. En nuestro barco.

Cae la noche y el mundo desparece en un mar de estrellas. El agua en calma imita un cielo que parece infinito y nuestro barco en medio de aquel universo de estrellas. Estrellas arriba, estrellas abajo.

Sin olas, sin viento, con sueño en una noche cálida y maravillosamente silenciosa.

Navegamos...

en realidad.




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