Cada viernes se producía el mismo ritual. Maite se sentaba junto a Maria, ésta junto a Asier, éste al lado de Edurne, ésta muy cerca de Alberto y éste al lado de Luisa. Sus sillas formaban un circulo en la pequeña sala que lo completaba el profesor Edwin, un escocés que estudió en su tierra unas originales técnicas que allí no funcionaron pero que aquí habían recibido mucha aceptación. Él mantenía que el carácter latino era diferente a cualquier otro y que era por eso que esas técnicas tenían tanto éxito entre los individuos de este país. No solía acoger a más de cinco personas por grupo, consideraba que un número mayor hacía que las sesiones se hiciesen excesivamente largas y que la atención de los integrantes decayese rápidamente. El escocés sabía que muchos de ellos querían explicar sus problemas pero no todos estaban dispuestos a escuchar los de los demás aunque en aquel grupo no era así. A Edwin le gustaba especialmente el grupo del viernes porque era muy heterogéneo y aún así todos ellos habían demostrado un nivel de compromiso que no había encontrado en otros grupos semanales. Recordaba que cuando empezó con ellos creía que no durarían más de dos o tres semanas pero la verdad es que ya llevaban cinco meses juntos y no había tenido que resolver ningún problema entre ellos como si le había pasado con otros grupos. Edwin sabía que no debía tener favoritismo en esta clase de terapias pero aquel grupo hacía que su trabajo fuese realmente fructífero y es por ello que les tenía un aprecio especial. Ese día el escocés les empezó dando las buenas tardes y les comunicó, a pesar que ya lo sabían, que iba a ser la última sesión con ellos. Los resultados del grupo eran inmejorables y la mejoría de cada uno de los integrantes del grupo del viernes era evidente. La primera vez que los vio eran personas abatidas por sus problemas, algunos por su pasado y otros por su presente pero ahora ya no eran así, ahora eran personas capaces de llevar su vida por si mismos sin esos altibajos que tanto les había afectado y que nos le había dejado vivir del modo que ellos mismos deseaban vivir su vida. Edwin no era ingenuo, sabía que para los males de los integrantes del grupo no había un remedio definitivo pero estaba contento por haber conseguido que cada uno de ellos hubiese fortalecido lo mejor de si mismos para afrontar los envites de esta vida que a veces demostraba ser muy cruel. Les había dado las herramientas para hacerlo y aquel maravilloso grupo las había aprovechado como ningún otro. Estaba orgulloso de ellos y tenía la esperanza que ellos también estuviesen orgulloso de él aunque esto último nunca lo manifestó públicamente. Nunca pensó que las técnicas que había aprendido en su tierra natal llegasen a ser tan efectivas cómo había resultado en aquel grupo, no entendía cómo era posible que en los demás grupos tuviesen tantos problemas a la hora de ponerlas en práctica mientras que en aquel grupo tan poco ordinario hubiesen funcionado a la perfección. Después de despedirse de ellos y de agradecerles su voluntad por quererse currar se quedó sólo. Estuvo pensando en todo lo ocurrido en estos cinco meses, en cada una de las charlas, en cada ejercicio que realizó con ellos, en los pocos momentos críticos que tuvo que superar, en definitiva, hizo un repaso mental y detallado de todo lo que había sido la terapia con los integrantes del grupo del viernes y de su consiguiente éxito. Sabía que había ayudado aquel grupo a superar situaciones para las que ningún ser humano esta preparado y lo había hecho porque le gustaba lo que hacía pero cómo en todo en la vida hay un pero y este pero era él. Lo sabía bien, él ayudaba a los demás a superarse pero a él nadie le ayudaba, pensaba que todos creían que el jovial Edwin no tenía problemas y que si los tenía ya disponía de sus técnicas para ayudarse él mismo. Lo que nadie sabía es que esas mismas terapias que a otros tanto ayudaban a él no le servían. Él era de otra pasta, él estaba hecho de un molde tan diferente a los demás que cualquier técnica, terapia, filosofía o enseñanza no era capaz de llegarle al fondo de su ser. Lo que Edwin sentía no era tristeza sino más bien desesperanza por saber que en su mano estaba la clave para la salvación de muchos pero no para la suya propia. Así que después de finalizar la última sesión con el grupo del viernes y estar pensando en todo esto tomó una decisión e hizo la única cosa que sabía que lo salvaría. La única cosa que siempre había prohibido a todos los integrantes de todos los grupos semanales que había tenido hasta el momento y con ello puso punto y final a su desdicha.
Edwin salto al vacío y mientras caía sonreía sabiendo que por fin se salvaba de si mismo.
In Memoriam
Dr. Edwin Pool
Amigo y confidente.