Intrahistoria



Son las cinco de la mañana y estoy escribiendo las últimas páginas de una novela corta. He querido ambientarla en la Europa de posguerra, una realidad dura que afectó, cómo todo el mundo sabe, a millones de personas. La trama consiste en la búsqueda de unos papeles de vital importancia para el mantenimiento de la reciente paz por parte del personaje principal, el Sargento Videreaux. Es un francés que ha luchado en la guerra junto a la famosa Resistencia Francesa y después de haber demostrado valía y coraje es elegido para formar parte de un grupo de contraespionaje. Los franceses, en esos momentos, tienen pocos medios si los comparamos con los norteamericanos, ingleses o rusos pero gracias al ingenio y destreza del personaje, el Sargento Videreaux, éste consigue ir siguiendo la pista de los documentos por diferentes países hasta que finalmente se apodera de ellos en Berna. La historia la estoy escribiendo rapidísimo y no quiero irme a dormir hasta acabar por lo menos el primer esbozo. Me falta poco para terminarla aunque esto no me anima mucho, el cansancio esta haciendo mella en mí y los ojos me duelen mucho. Creo que por hoy tendré que dejarlo cómo está aunque si hago esto corro el riesgo de ver mi novela corta inacabada cómo a tantas les ha pasado en esta vida de maleante de letras que llevo. Me levanto y me estiro un poco, subo arriba y contemplo el cielo estrellado. Me siento cómo si acabase de salir de una caja de ratones y ahora por fin, contemplo lo que verdaderamente es el mundo. Mi novela me ha absorbido tanto que por momentos he creído estar en las calles de una Dresde recién destruida por los bombardeos aliados. Ahora recupero cierta tranquilidad rodeado de silencio y estrellas. Quiero acabar la novela, me digo a mi mismo mientras mis ojos se posan en el Cinturón de Orion y en ese momento y sin saber bien porqué, me decido. Bajo rápidamente hasta mi escritorio y tecleo las cinco últimas hojas sin pausas. Por fin esta acabada. Las seis y treinta y cuatro de la mañana y mis novela corta esta finalizada. Me siento tranquilo, me siento bien. Vuelvo a subir a la planta de arriba y esta vez contemplo la noche estrellada estirado en una tumbona de mimbre. Dejo que la paz y la tranquilidad de esta estampa se apodere de mí. Necesito descansar, necesito estar vacío cómo en estos momentos me siento. Vacío de letras, de palabras, de emociones, de sentidos, de todo en definitiva.

El Sargento Videreaux ya es historia.

Y yo...

… sólo Intrahistoria de un Sinsentido.




En primer lugar acabemos con Sócrates, porque ya estoy harto de este invento de que no saber nada es un signo de sabiduría“.
(Isaac Asimov)


 


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