Un Regalo

Como cada tarde salgo hacia un parque cercano a casa. Allí me siento en un banco y disfruto de los últimos rayos del día de un Sol de invierno. Cada tarde bajo y cada tarde me encuentro rodeado de niños y padres. Las tardes se convierten en un momento de felicidad allí sentado al Sol y escuchando el ir y venir de los niños jugando. No me he casado nunca ni tampoco he tenido hijos porque siempre he querido vivir sin ningún tipo de compromiso, sin ninguna atadura y después de todo este tiempo puedo asegurar que lo he conseguido. Aunque no haya tenido hijos puedo afirmar que siempre me han gustado los niños. Me parece increíble su visión del mundo. Siendo tan pequeños solo entienden una parte del mundo en el que viven y aún así, muchas de sus respuestas parecen de un saber absoluto y poseen una certeza fuera de toda duda. Su espontaneidad y su vitalidad son envidiables y la capacidad de empatía es asombrosa. Es una pena que mientras vamos creciendo esta capacidad se vaya atrofiando. Sentado y al Sol cada tarde en aquel parque cercano es como estoy mejor, me siento rejuvenecer solo viéndolos. En un momento determinado se acerca al banco donde estoy sentado un padre junto a su hijo que se ha caído mientras jugaba. El pequeño lo acompaña quejoso y con lágrimas en los ojos. Me pregunta educadamente si pueden sentarse y yo le respondo que por favor. El padre se sienta y coge a su hijo en brazos y se lo sienta en sus rodillas, lo abraza y le besa repetidamente. Le susurra palabras para tranquilizar al pequeño y luego le vuelve a besar. Estoy mirándolos descaradamente, sin ningún rubor, porque esta escena me parece tan tierna que no puedo evitar hacerlo. No han se percatado en todo este tiempo de mi acto de mala educación, el padre por estar consolando a su hijo y el niño porque esta abrazado a su padre y solloza. El padre le pregunta donde le duele y el niño, más tranquilo, le responde que en las rodillas. El padre mira las heridas, las comprueba y sin pensárselo dos veces, le da un beso a cada herida y alegremente le dice, ya estás curado! vámonos a jugar! y el niño, con la misma espontaneidad que el padre, le responde, vamos! El padre, con una sonrisa dibujada en su cara, se gira hacía mi y se despide con un buenas tardes y sigue a su hijo que ya esta intentando subirse a unas correas que hay en medio del parque. No puedo dejar de seguir mirándolos porque tengo la certeza que acabo de vivir una escena en la vida de ese hombre de la cual él seguramente ya ni se acuerda porque en su vida este hecho pasa miles de veces pero para mí, que estoy aquí sentado al Sol en el parque cómo cada tarde, me parece un Regalo.

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