Juntos



Sabíamos de la importancia de hacerlo. De hacerlo juntos. Sabíamos que de nosotros dependía un futuro que por momentos aparecía y desaparecía pero nosotros eramos fuertes. No nos dejamos intimidar por todas las adversidades que teníamos enfrente pues nuestra fuerza radicaba en una esperanza que no se aposentaba en palabras ni en hechos banales, ésta se asentaba fuertemente en el hecho que habíamos nacido para ser cómo éramos. Diferentes. Simplemente vivíamos al margen de lo que era corriente en esos tiempos, de lo que la mayoría había aprendido de los libros o simplemente de las palabras de otros. No nos definíamos, eso lo dejábamos para los demás pues a nosotros lo que nos interesaba estaba al alcance de muy pocos. No poseíamos soberbia porque no la necesitamos para lo que estábamos a punto de hacer, éramos cómo éramos y nada ni nadie podía cambiar eso. Éramos diferentes a pesar de tener lo mismos atributos que nuestros congéneres, éramos diferentes a pesar de comer, dormir y vivir cómo los otros y lo éramos por la simple razón de que lo éramos. No nos importaba lo que nos rodeaba y aún así lo cuidábamos cómo quién cuida una planta, un animal doméstico o a un familiar enfermo. Teníamos unos sentimientos que no se podían expresar con palabras, eran unos sentimientos que nos acercaban a dónde estábamos llamados a estar o mejor dicho, a ser. No teníamos animadversión hacía nada ni nadie pues lo que nos pesaba lo considerábamos parte de nuestro aprendizaje, éramos simplemente animales sin costumbres ni instinto por eso éramos diferentes. No especiales, no únicos ya que antes de nosotros habían existido muchos y mucho menos nos creíamos superiores a nadie. No es que fuésemos humildes pues esta asignatura no se acababa de aprender nunca en la parte del mundo en la que nos había tocado nacer, tan sólo éramos lo que éramos porque habíamos nacido para serlo. Éramos dos, tres, cuatro o cuatrocientos, quién lo sabe, y éramos porque lo que la vida nos había enseñado era que tan sólo con un poco de nosotros mismos éramos capaces de ser muchos otros a la vez. No es parecerse, es ser sin aditivos y sin condiciones. Era la senda del Ser que había dejado huella en cada una de nuestra células en el largo paso del devenir y que ahora nosotros recogíamos cómo parte de una herencia que se perdía en lo inconcreto del tiempo. Sabíamos de la importancia de hacerlo y lo hicimos.

Morimos mil veces en vida para poder vivir antes de morir.



 

Viento de Oriente



No podía acabar de entender cómo era posible que aquellas palabras que estaba leyendo hablasen tan claramente de mí. Y no sólo las palabras sino también lo que se podía deducir de ellas y lo que se intuía dentro de ellas. No eran palabras confusas y no eran palabras de difícil comprensión. No eran palabras que formasen frases cerradas ni significados absolutos, para mí eran más bien cabos sueltos que por alguna extraña razón, hablaban de mí.

¿Porque alguien que vivía a miles de kilómetros de mí sabía cómo me sentía en aquellos momentos? ¿Porque alguien que había escrito aquello, mucho antes de conocer yo su existencia, me revelaba tantas cosas de mí mismo?

Sentía aquellas palabras dentro de mí cómo quién siente el fuerte azote de un tórrido viento que gira locamente sobre su cuerpo y eso hacía sentirme totalmente desnudo e indefenso. Ellas, al leerlas, me arrastraban a un lugar dónde se hablaba de mí y esto me provocaba miedo. Era un miedo mucho mayor del que yo podía discernir, era un miedo que no me paralizaba pero que amortajaba sin fisuras la fuente de la que emanaba mi felicidad. Me sentía extraño leyendo aquello, me sentía cómo quién se sabe descubierto a pesar de haberse esforzado tanto en intentar ocultar quién era, eso si realmente alguna vez había sabido quién era. No podía entender nada de lo que me estaba pasando, tan sólo podía aceptar lo que estaba sintiendo sin poder hacer nada más al respecto. No podía dejar de leer a sabiendas que si seguía con aquello, podría acabar conmigo, acabar devorándome desde la raíz.

¿Pero quién era yo realmente? ¿Alguna vez me había conocido?

Éstas y otra preguntas se amontonaban en mí en forma de violentos remolinos que batían en el mismo lugar dónde no hacía mucho existía calma.

Palabras que se juntaban formando frases, frases que tenían significado, significados que formaban ideas, ideas que llegaban al pensamiento y pensamiento que se transformaba en devastadora tormenta tan pronto la palabra aparecía. Un círculo vicioso que destruía a la persona, a mi persona concretamente si ésta realmente había llegado a existir alguna vez. No era duda lo que sentía, no era incertidumbre, era simplemente miedo a saberme sin conocerme, era cómo formar parte de un juego macabro dónde el final, si es que lo había, se escribía con sangre sólo que esta vez en lugar de sangre maldita lo único que quedaba era un inmenso y frío vacío. La más absoluta y siniestra nada sujetada por nada y con significado cero.

Un feroz viento me seguía azotando a cada hoja que leía, a cada párrafo, a cada punto y coma y aún así no podía parar de hacerlo. Creía que me estaba volviendo loco o que simplemente y por una casualidad del destino, estaba encontrando mi senda, un camino marcado por la destrucción y el vacío a través de la palabra.

¿Quién era yo?

En esos momentos me sentía cómo un simple títere en manos de unas letras que parecían haber sido robadas del fondo de mi ser, expuestas sin vergüenza a la violencia de un huracán que lo devoraba todo a su paso y ese todo, era yo.

¿Cómo era posible que me estuviese sucediendo aquello?

Simplemente porque me había resuelto, después de tantos años, cómo un ser frágil ante lo que yo creía que era duradero y por eso estaba pagando muy cara la ingenuidad con la que había tratado mi vida.

¿Sabría vivir en el camino escrito de la nada que no lleva a ningún lugar?

No lo sabía tan sólo no podía acabar de entender cómo era posible que aquellas palabras que estaba leyendo hablasen tan claramente de mí y aún así no podía dejar de leer...

… y ese maldito viento no dejaba de hablar.



Ella, en paz consigo misma



Sentía que había llegado a la mitad de su vida, si la vida tenía algún final previsible. Se sentía en paz consigo misma. Desde muy pequeña había tenido que lidiar con los más diversos problemas y siempre de una manera u otra los había superado, siempre había seguido un camino, que acertado o no, había sido exclusivamente el suyo. Había amado, había llorado, había perdido y había ganado y todo ello hacía de ella un ser que muchos que la conocían la considerasen un ser especial. Le gustaba pensar que vivía cómo vivían las mariposas, de aquí para allá en busca del néctar más delicioso y delicado sin otra obligación que esa misma búsqueda y sin más pretensión que seguir volando en busca de la flor más bella. Había sabido superar las barreras que de pequeña la habían atormentado y a estas alturas de su vida creía firmemente que gran parte de esos muros ya los había derribado o mejor dicho, habían desaparecido a causa de sus acciones. La verdad es que tardó cierto tiempo en comprender la relación de causa y efecto en su vida pero una vez que resolvió este enigma y sus consecuencias, todo resultó ser muchos más fácil, si en esta vida existe algo que sea realmente fácil. Ahora se sentía bien consigo misma a pesar de muchos pesares pero éstos ya no pesaban cómo antaño, ahora sabía que fuese cual fuese el futuro que le esperaba éste ya no dependía de nada ni nadie que no fuera ella misma. Allí estirada en medio de un hermoso campo de margaritas sentía gratitud por todas las personas que de un modo u otro la habían ayudado y también por las que no lo habían hecho ya que éstas habían resultado cruciales a la hora de formarse cómo persona. No era una mujer fácil pero cómo ya hemos dicho, en esta vida no hay nada fácil. Sus ojos se perdían en un cielo azul totalmente despejado cómo se perdían sus pensamientos en su pasado, en su presente y en su futuro. En esos momentos viajaba sin necesidad de moverse cómo tantas y tantas veces lo había hecho y sentía que se movía por sus recuerdos, sus vivencias y sus anhelos cómo si fuera un dragón milenario al que nada ni nadie puede derrotar y vislumbra todo desde el punto más alto en un cielo de infinitas dimensiones. Ahora se sentía segura de si misma, de sus pasos y sabía que todo ello había resultado ser muy complicado conseguirlo y sobretodo por cómo se había visto obligada a vivir hasta entonces. A ella no le gustaba compararse con nadie ya que era de la firme convicción que esta vida da a cada uno los medios necesarios para conseguir sus añoradas metas y si uno no es capaz de conseguirlas es debido a que no supo ver en su momento esas herramientas vitales o simplemente se olvido de ellas con el paso de los años. En estos últimos años habían pasado muchas cosas, no todas agradables, pero ella estaba realmente feliz con su vida, apreciaba sentir cómo en su interior brotaba una cálida brisa de verano y una dulce música que la acompañaban hiciese lo que hiciese. Este era su auténtico tesoro, esta era la forma en que su interior le decía que todo iba bien. Era algo de lo que estaba orgullosa porque lo había conseguido sola, con sus erradas o acertadas tribulaciones en este mundo dónde muchas de las cosas que parecen ser, no lo son. Miraba al cielo con el corazón lleno de felicidad y lo estaba haciendo cuando sentía que había llegado a la mitad de su vida.

Su ser abierto de par en par sintiendo mucho más de lo que las palabras o el silencio nunca podrán revelar.

Un campo de margaritas.

Un cielo azul y...



 

Nosce te ipsum



Ya ha oscurecido. Es hora de abrir. Cada día hago lo mismo, abro la tienda y espero a que los clientes lleguen. Siempre llegan. Ellos son la base fundamental y sin ellos yo no tengo sentido. A ellos, a los que acuden a mí cuando oscurece es a quién les debo esta tarea mía. Suelen aparecer al poco de abrir pero hoy se están retrasando y aprovecho para acabar de encender todas las velas. Hoy espero que se llene de clientes. He dejado sobre las mesas un repertorio digno de las grandes reuniones y que estoy seguro que será del disfrute de todos. Hay algunas ediciones únicas que sólo saco un par de veces al año y hoy es uno de esos días, uno diferente. El primero ya entra. Es un hombre alto, enjuto y con una larga cabellera. Viste de negro y en sus ojos negros no consigo ver nada por ahora. Parece perdido y me acerco a atenderle. Después de dejar libre a mi primer cliente entra un grupo de cuatro o cinco clientes más. Son conocidos y después de darles la bienvenida me dispongo a trabajar. Empiezo por el más joven. Busco su dossier y empezamos. Después de haber hecho lo mismo con treinta clientes me tomo un descanso. Me sorprende ver lo llena que esta hoy la tienda. Esperaba mucha clientela pero este número sobrepasa con creces mi pronóstico. Conozco a muchos y me paró a saludar y charlar con algunos de ellos. Pensar que todos y cada uno de ellos tiene que pasar por mi despacho me agota pero hago pasar sin remilgos. Todos respetan escrupulosamente la cola, nadie se cola ni nadie deja pasar, estas son la órdenes de la casa. Hay que pensar que un poco de orden es necesario para regentar un negocio cómo el mío. Ya casi no quedan clientes cuando realizo mi enésimo descanso. Ha sido un día duro pero ya casi esta. Esta noche me merezco un buen descanso más que nadie. Me siento cansado pero por esto mismo debo estar más atento porque no debo cometer ningún error a la hora de elaborar mi trabajo. Los últimos necesitan el mismo tiempo que los primeros, es decir, el tiempo que necesitan y este es otro principio de la casa. Me gusta cuidar a mis clientes y reconozco que ellos me cuidan a mí de muy diversas maneras. En todos estos años nunca he tenido ningún incidente con nadie, ni un conato tan siquiera y no me puedo quejar porque tengo una clientela de primera categoría. Muchos de ellos, al acabar, me obsequian con algún regalo que traen consigo desde sus lejanas tierras y a mí me entusiasman porque son auténticas obras de arte. El último cliente acaba de salir por la puerta. Me siento realmente cansado pero aún me queda algo por hacer. Recojo mi despacho y ordeno la tienda y apago, por último, las velas. Cierro y compruebo cómo ya queda poco para amanecer aunque la oscura noche aún persiste. No se ve nada aunque no necesito ver nada, para ver y comprender ya tengo la tienda dónde hay muchas cosas y de las más diversas. No se escuchan mis pasos alejándome porque el sonido no existe fuera de mi tienda y eso es algo que me ha costado mucho acostumbrarme pero finalmente lo he conseguido. Mis silenciosos pasos se detienen sólo ante mi cama. Caigo rendido. Pienso en el día de hoy, un día que ha sido una jornada especial porque esperaba clientes y han venido más de los que esperaba, porque esperaba trabajo y ha habido más y porque esperaba sorpresas y sin duda las ha habido, centenares de ellas, todas maravillosas. Estirado en mi cama recuerdo algunos de mis clientes de esta noche, los desconocidos básicamente y me pregunto por sus vidas, cómo vivirán y cómo crecerán allá de dónde sean, me pregunto todo lo que ellos no me cuentan y mientras pienso en todo esto siento cómo mi cuerpo se va relajando y sé que pronto caeré dormido.

Quién me iba a decir a mí que un día iba a tener un trabajo tan bonito, quién me iba a decir a mí que esta vida tan maravillosa iba a ser la mía, quién me iba a decir a mí que ser el propietario de una tienda así y sobretodo quién me iba a decir a mí que ser el escriba de mi conciencia me iba hacer tan feliz. Tomo nota de todas las vivencias de los seres que se acercan a mi tienda, las escribo y lo dejo todo registrado para cuando mi conciencia necesite hacer uso de ello. No sé para que lo querrá aunque tampoco me interesa. Cuando ella esta despierta yo duermo y cuando yo trabajo ella duerme y así es que su vida poco interés tiene para mí. Escribir la historia personal o colectiva de seres anónimos que viven dentro de este mundo infinito que es el Ser me resulta el trabajo más gratificante del Universo, no puedo quejarme de nada, ni de mis clientes, seres generosos que llenan mi tienda cada día ni de mi conciencia porque todos ellos forman parte de mi vida cómo yo formo parte de la suya...


Demasiadas personas temen las críticas; demasiado pocas temen la conciencia”
(Lucio Anneo Séneca)


Dr. Edwin Pool



Cada viernes se producía el mismo ritual. Maite se sentaba junto a Maria, ésta junto a Asier, éste al lado de Edurne, ésta muy cerca de Alberto y éste al lado de Luisa. Sus sillas formaban un circulo en la pequeña sala que lo completaba el profesor Edwin, un escocés que estudió en su tierra unas originales técnicas que allí no funcionaron pero que aquí habían recibido mucha aceptación. Él mantenía que el carácter latino era diferente a cualquier otro y que era por eso que esas técnicas tenían tanto éxito entre los individuos de este país. No solía acoger a más de cinco personas por grupo, consideraba que un número mayor hacía que las sesiones se hiciesen excesivamente largas y que la atención de los integrantes decayese rápidamente. El escocés sabía que muchos de ellos querían explicar sus problemas pero no todos estaban dispuestos a escuchar los de los demás aunque en aquel grupo no era así. A Edwin le gustaba especialmente el grupo del viernes porque era muy heterogéneo y aún así todos ellos habían demostrado un nivel de compromiso que no había encontrado en otros grupos semanales. Recordaba que cuando empezó con ellos creía que no durarían más de dos o tres semanas pero la verdad es que ya llevaban cinco meses juntos y no había tenido que resolver ningún problema entre ellos como si le había pasado con otros grupos. Edwin sabía que no debía tener favoritismo en esta clase de terapias pero aquel grupo hacía que su trabajo fuese realmente fructífero y es por ello que les tenía un aprecio especial. Ese día el escocés les empezó dando las buenas tardes y les comunicó, a pesar que ya lo sabían, que iba a ser la última sesión con ellos. Los resultados del grupo eran inmejorables y la mejoría de cada uno de los integrantes del grupo del viernes era evidente. La primera vez que los vio eran personas abatidas por sus problemas, algunos por su pasado y otros por su presente pero ahora ya no eran así, ahora eran personas capaces de llevar su vida por si mismos sin esos altibajos que tanto les había afectado y que nos le había dejado vivir del modo que ellos mismos deseaban vivir su vida. Edwin no era ingenuo, sabía que para los males de los integrantes del grupo no había un remedio definitivo pero estaba contento por haber conseguido que cada uno de ellos hubiese fortalecido lo mejor de si mismos para afrontar los envites de esta vida que a veces demostraba ser muy cruel. Les había dado las herramientas para hacerlo y aquel maravilloso grupo las había aprovechado como ningún otro. Estaba orgulloso de ellos y tenía la esperanza que ellos también estuviesen orgulloso de él aunque esto último nunca lo manifestó públicamente. Nunca pensó que las técnicas que había aprendido en su tierra natal llegasen a ser tan efectivas cómo había resultado en aquel grupo, no entendía cómo era posible que en los demás grupos tuviesen tantos problemas a la hora de ponerlas en práctica mientras que en aquel grupo tan poco ordinario hubiesen funcionado a la perfección. Después de despedirse de ellos y de agradecerles su voluntad por quererse currar se quedó sólo. Estuvo pensando en todo lo ocurrido en estos cinco meses, en cada una de las charlas, en cada ejercicio que realizó con ellos, en los pocos momentos críticos que tuvo que superar, en definitiva, hizo un repaso mental y detallado de todo lo que había sido la terapia con los integrantes del grupo del viernes y de su consiguiente éxito. Sabía que había ayudado aquel grupo a superar situaciones para las que ningún ser humano esta preparado y lo había hecho porque le gustaba lo que hacía pero cómo en todo en la vida hay un pero y este pero era él. Lo sabía bien, él ayudaba a los demás a superarse pero a él nadie le ayudaba, pensaba que todos creían que el jovial Edwin no tenía problemas y que si los tenía ya disponía de sus técnicas para ayudarse él mismo. Lo que nadie sabía es que esas mismas terapias que a otros tanto ayudaban a él no le servían. Él era de otra pasta, él estaba hecho de un molde tan diferente a los demás que cualquier técnica, terapia, filosofía o enseñanza no era capaz de llegarle al fondo de su ser. Lo que Edwin sentía no era tristeza sino más bien desesperanza por saber que en su mano estaba la clave para la salvación de muchos pero no para la suya propia. Así que después de finalizar la última sesión con el grupo del viernes y estar pensando en todo esto tomó una decisión e hizo la única cosa que sabía que lo salvaría. La única cosa que siempre había prohibido a todos los integrantes de todos los grupos semanales que había tenido hasta el momento y con ello puso punto y final a su desdicha.

Edwin salto al vacío y mientras caía sonreía sabiendo que por fin se salvaba de si mismo.


In Memoriam
Dr. Edwin Pool
Amigo y confidente.



Reencuentros



Hoy me he ido a un lugar dónde hace más de veinte años que no iba. Y me he subido dónde antaño siempre subía en busca de una paz que consideraba mía y que nadie podía alterar. He salido temprano, justo cuando repuntaba el Sol por el horizonte, hacía frío pero no me ha importado porque el lugar se merecía esto de mí y mucho más. La verdad es que no sé que me ha impulsado a ir justamente hoy y no en los últimos veinte años pero me alegra que haya sido así. Al llegar he dejado el coche y me he puesto a andar. Después de más de media hora he llegado y lo he visto. Seguía allí, igual que cómo lo recordaba, tan alto, tan esbelto cómo antaño y con la misma frescura de las cosas que están llenas de vida. Ha sido cómo una visión del pasado hecha presente y me he emocionado. Hacía años que intentaba borrar mi pasado por considerarlo carente de importancia aunque en estos últimos años había aprendido que gran parte de lo que me pasó en aquellos años había hecho posible que hoy fuese cómo soy. No he dudado, me he quitado el cinturón y me lo he enroscado en los tobillos en forma de ocho cómo hacía de pequeño, era una técnica ancestral que se sigue utilizando en miles de lugares en este mundo, era un método efectivo y barato de subir un árbol por muy alto que éste sea. He ido ascendiendo por él y me ha sorprendido que me resultase tan costoso, cuando era pequeño lo subía sin esfuerzo alguno, tanto ese cómo cualquier otro que quisiese subir. De pequeño no tenía la sensación del peligro que resultaba subir más de diez metros sin ninguna cuerda de seguridad y hoy, mientras subía, notaba cómo mi mente me chillaba que dejase de hacer aquella locura que podría acabar mal. Dada mi experiencia sabía que una caída así podía resultar mortal pero dentro de mí había algo más fuerte que el miedo a caer y era la esperanza de poder volver a estar allí arriba y contemplar, cómo lo hacía de pequeño, todo lo que me rodeaba en la más absoluta soledad. Utilizaba aquel alto pino blanco cómo refugio cuando las cosas no iban bien o cuando deseaba estar sólo, nadie sabía que lo hacía, ni mis más íntimos amigos del momento y es por eso que aún guardo de aquellas experiencias un grato recuerdo. Era una especie de refugio propio y personal, era de ahí de dónde nacían mis ganas de volar, mis ansias de sentirme libre cómo siempre sentía cuando alcanzaba las ramas más altas. Ahora pesaba más de tres veces el peso de antaño y aún con esfuerzo he conseguido llegar. Las gran rama que me acogió tantas veces ahora lo volvía hacer. Me sentía libre de nuevo, me sentía tan ligero que pensaba que de un momento a otro iba a salir volando de allí. Varias aves han pasado junto a mí y han emitido un grito a su paso, yo lo he interpretado cómo un saludo más que cómo un aviso y esto he hecho que me emocionará. Mis ojos se han llenado de lágrimas y no he podido evitar llorar. La emoción por la situación, por los recuerdos y por todo lo que estaba haciendo me estaba afectando mucho. Cuando he vuelto a relajarme he podido observar todo lo que desde esa altura privilegiada alcanzaba mi vista. Ahora había más casas, más cemento por todas partes pero desde allí todo aquello era lejano, era cómo si yo mismo no formase parte de aquella especie que se dedica libremente a destruir el medio en el que vivía por el simple hecho de satisfacer sus deseos. He respirado hondo varias veces y entonces ha sido cuando mi mente se ha relajado por completo. Ya no tenía miedo, ni a caer ni a nada, ya no tenía ningún tipo de emoción que no fuese la de libertad y paz que en esos momentos me embargaba. Era libre, libre cómo lo había sido de pequeño cuando subía aquel alto pino blanco que parecía ser el rey de todos ellos. Volvía a ser ese chiquillo de hace veinte años, todo mi ser lo sentía así y ha sido entonces que me he vuelto a poner a llorar. Mis lágrimas caían libremente pero no estaba apenado ni triste, eran lágrimas salidas directamente de mi corazón, del mismo que un día, siendo niño, se juró que siempre sería así mi vida, una perfecta estampa de armonía, paz y felicidad. La ligera brisa marina que acariciaba mi cara me hacía recordar que no era tan diferente a pesar de haber pasado años y muchas experiencias. Sentía que era el mismo niño que de pequeño creía que el mundo se podía arreglar poniendo buena voluntad por parte de todos, sentía que era ese niño que huía a un lugar alto y desconocido, fuera del alcance de la vista de todos, para poder estar consigo mismo. Miles de sensaciones recorrían mi cuerpo mientras mis piernas colgaban en el vacío, las mismas piernas que de pequeño movía adelante y atrás con la vana esperanza de que me elevasen y así, por fin, poder volar. Me he quedado allí hasta que el Sol ha llegado a lo más alto y luego, no sin dificultad, he descendido. Una vez puesto los pies en el suelo he abrazado a mi amigo, me he fundido en un abrazo con el mayor pino blanco que he visto en mi vida, con el único que me ha permitido sentir lo que he sentido, con el único que a pesar de no decir nada, me ha comprendido cómo nadie.

Hoy me ido a un lugar para perderme y me he dado cuenta que lo único que he hecho, después de veinte años, ha sido encontrarme de nuevo.



Hoy quiero vestirme



Hoy
quiero vestirme
sin ocultar mi cuerpo,
quiero hacerlo lentamente,
pensando en ti,
ponerme sólo lo necesario,
lo justo,
quiero engalanarme
para ti,
para que me mires
y te guste,
quiero parecerte atractivo
y despertar esa fogosidad
que tan bien conozco,
quiero que te emocione
verme vestido así,
quiero ser el reflejo
del gran amor que siento,
quiero que me veas y sonrías feliz,

amor
quiero confesarte
que hoy me he vestido
por y para ti
con el hermoso y eterno
Te Quiero



Mayéutica a las 18h



La soledad de un sueño es más intensa que la soledad física.
Si estás en lo cierto, ¿mi visita habrá sido un inconveniente para ti?
Para nada, ¿porque dices esto amigo?
Porque he venido a explicarte la insoportable soledad que padezco sin haber tenido en cuenta tus circunstancias.
¿Mis circunstancias?
Si, las mismas que te han llevado a pensar que la soledad de un sueño es más intensa que la soledad física.
Puedo preguntarte si padeces soledad física.
No sólo la padezco sino que la soporto desde hace tiempo y la verdad es que a veces creo que esta a punto de vencerme.
¿Y has tenido alguna vez algún sueño que por razones diversas acabase siendo algo único, una sensación que pende suspendida en tu interior?
No, la verdad es que no. No me preocupa mucho soñar, soy de la idea que hay que tener los pies en la tierra en todo momento. Soñar es de ilusos.
Efectivamente, soñar es de iluso, cómo lo es creer que la única verdad posible en esta vida es la que sientes a través de tus sentidos y tu mente percibe.
Así es la vida, ¿no?
Yo diría que si en un sueño puede existir la soledad entonces no es posible imaginarse que es la vida.
¿Pero la vida es algo más tangible que cuestiones metafóricas?
Estás en lo cierto que la vida no es una cuestión metafórica pero deberías saber que tampoco lo tangible te resolverá lo que realmente es la vida.
¿Pero me acercará a ella?
O te alejará, según se mire.
¿Cómo podría alejarme si cada vez la conozco más?
Pues por la simple razón que lo que estás conociendo cómo tu vida en realidad no es tu vida.
Y entonces, ¿que es?
Puede ser que sólo estés viviendo la soledad de un sueño.


Realmente soy un soñador práctico; mis sueños no son bagatelas en el aire. Lo que yo quiero es convertir mis sueños en realidad”
Mahatma Gandhi





Cada día que amanezco no es igual



Cada día que amanezco no es igual.

No siempre suenan melodías llenas de paz y tranquilidad. No siempre me despierta el suave sonido de las aves que anuncian el nuevo día y no siempre consigo despertarme con todo el sueño finalizado. No siempre un beso despierta mis sentidos por la mañana, no siempre unas manos queridas me acarician suavemente al inicio del día y no siempre el ser amado me susurra cerca, muy cerca del oído que ya es hora de despertarse. No siempre me despierto poco a poco y sin prisas, no siempre me pasa que guardo algo de esa calma onírica que me invadía momentos antes y no siempre la lentitud es la que acompaña mis primeros pasos. No siempre puedo estar mucho tiempo en esa zona intermedia entre el sueño y la vigilia, no siempre mi cuerpo adormecido se despierta lentamente y no siempre mis ojos se habitúan a la luz creciente de un modo natural y pausado. No siempre puedo recordar en esos primeros momentos lo que he soñado, no siempre salgo de la cama con paso descansado y sin rumbo y no siempre las sábanas atrapan mi cuerpo y me retienen un poco más. No siempre escapo de las nuevas redes llenas de veloz realidad que me prepara el nuevo día, no siempre disfruto de unos segundos interminables en la cama y no siempre puedo estirar mi cuerpo para irlo despertando al ritmo que él mismo me impone. No siempre me despierto cómo debería despertarme, no siempre el amanecer aparece ante mi primera mirada cómo tal y no siempre mi almohada me mantiene cautivo en mi prisión de sueño. No siempre siento cómo mi energía vital va recorriendo mi cuerpo poco a poco hasta alcanzar progresivamente su máximo, no siempre mis párpados son cómo el cierre de un bar de borrachos dónde la persiana sube y baja sin saber dónde quedarse y no siempre el montón de paja que tengo por cama consigue engullirme y hacerme suyo hasta el total despertar. No siempre me acompaña el bienestar en la mañanas de un nuevo día, no siempre son calmados y reposados mis actos y no siempre mi boca es algo ajeno a mi pensamiento en ese primer momento que señala otro amanecer. No siempre entro indirectamente y llamando relajado en la realidad naciente, no siempre respiro tranquilamente saboreando el aire que me envuelve y no siempre una mano amiga me siente a primera hora de la mañana.

Cada día que amanezco no es igual.



Es más


 

Es más que juntar palabras,
es más que unir incoherencias,

es más que apropiarse de lo indebido,
es más que expresar lo sabido,

es más que sentir con sustantivo,
es más que decir sin atractivo,

es más que lo escuchado por los oídos,
es más que unos simples sonidos,

es más que una pluma que se desliza,
es más que esta pizarra y su tiza,

es más que la fusión de un sentimiento,
es más que una estrella en el firmamento,

es más que una alegría vivida,
es más que una sensación sentida,

es más que una continua afirmación,
es más que una simple solución,

es más que una ilusión vana,
es más que mi primera cana,

es más que el instante presente,
es más que el momento siguiente,

es más que una manera ecléctica,
es más que una mente frenética,

es más que el deseo de soñar,
es más que aprender el arte de volar.

Simplemente,




Wichien-Maat



Su obsesión por los gatos ya le venía de muy pequeño. Sus primeros recuerdos eran montones de gatos a su alrededor, ronroneando y deslizándose entre sus diminutas piernas que apenas se aguantaban. Los gatos en su vida siempre habían estado presentes, primero en casa de sus abuelos maternos que vivían con docenas de ellos y le enseñaron a prodigarles afecto y dedicación, más tarde en la escuela primaria dónde rondaban por los alrededores en busca de alguna comida fácil a pesar de los evidentes peligros que entrañaba estar tan cerca de niños y aún más tarde en la Universidad cuando estudiaba Biología siempre andaba rodeado de gatos para la experimentación, aquello al principio lo aterró hasta que pudo superarlo. Finalmente cuando se licenció y se pudo ir a vivir sólo, lo primero que hizo fue comprarse un gato. Era un siamés de pelo largo y agrisado, sus ojos azules eran de una claridad espectacular y cada vez que lo miraba fijamente tenía la impresión que el gato, de un momento a otro, se iba a poner hablar. Era muy listo aunque no era tan amistoso cómo pensaba que sería en un principio, éste siempre se las ingeniaba para conseguir todo lo que necesitaba y hasta hubo ocasiones que ni él mismo sabía quién era el animal y quién era el dueño. Le gustaba tener un gato en casa, le aportaba tranquilidad y sobretodo le daba una responsabilidad fuera de su trabajo que de otra manera no hubiese tenido. Era una persona que se relacionaba muy poco con los demás, era un poco retraído y tan sólo hablaba lo imprescindible aunque no era así siempre, cuando llegaba a casa no dejaba de prodigar mimos y atenciones a su amado siamés cómo si esto compensase su falta de sociabilidad. Los meses fueron pasando y el gato fue creciendo, al principio muy poco a poco pero luego empezó a crecer de un modo considerable. Lo llevó al veterinario y éste le dijo que el gato tenía un problema que le hacía crecer más rápido de lo normal pero que no se asustase, que en un periodo de tiempo relativamente corto este crecimiento acelerado se detendría y tendría un gato sano cómo cualquier otro. Un poco más grande pero igual que cualquier otro gato, le había asegurado el veterinario. Este hecho le hizo unirse aún más a su gato, sentía que él era responsable de su grandaria y se maldecía por no haber estado más atento en su alimentación y ejercicio. Busco información más detallada sobre los hábitos de los siameses y se puso a trabajar con él. Decidió cambiar su turno de trabajo para pasar más tiempo con él, dejó su apartamento y alquiló una casa con un pequeño jardín para que el gato tuviese más espacio. Llegó el día en que se dio cuenta que vivía sólo para y por el gato y a pesar de sonar extraño, esto le gustaba. Su vida había girado en torno a los gatos y ahora estaba seguro que poseía el gato más bonito del mundo y uno de los más grandes de la ciudad. Era su razón de vivir y poco a poco fue alejándose de todas las ocupaciones que no tenían que ver con su gato. Fue faltando día si día también al trabajo hasta que lo echaron y los pocos amigos que aún conservaba ya no lo reclamaban. Su vida se centró en aquel gato de mirada penetrante y gestos elegantes a pesar de su enorme grandaria y esto desencadenó que desde hacía un tiempo él se había descuidado en su aspecto físico en pro del gato. Su pulido semblante de antaño ahora no existía, se vestía con cualquier prenda, conjuntase o no, y salía siempre de casa a horas intempestivas en busca de las cuatro cosas que necesitaba para subsistir. El gato vivía cómodamente mientras que él se las tenía que ingeniar para llegar a final de mes pero todas estas penalidades no le importaban si su gato estaba bien, se desvivía por él hasta el grado máximo de la obsesión y es así cómo llegamos al día de hoy.

Esta mañana, al levantarse se encuentra una nota encima de la mesa. No le presta atención hasta que después de estar buscando al siamés durante más de una hora y no encontrarlo, posa sus ojos encima de ella y se da cuenta que es el único indicio que tiene para saber sobre su paradero. Esta desesperado y la nota se le cae de las manos tres veces antes de que pueda tan sólo ojearla. En la nota, escrita con excelente caligrafía, se puede leer que se han llevado al gato y que lamentablemente no volverá a recuperarlo. También dice que lamentan haber causado tantas molestias pero que su gato es esencial para la mejora física y anímica de una persona y que por esto han decidido secuestrarlo. Él no entiende que tiene que ver su gato con nadie que no sea él y en esos momentos la duda y cierta indefensión le embargan, de repente estalla de rabia y enseguida empieza a romper todo lo que se encuentra por delante. En menos de una hora su casa esta destrozada y seguiría destruyéndola si no fuese porque aparece la policía avisada seguramente por los vecinos que se han asustado con tanto revuelo. Finalmente lo detienen y después de examinarlo detenidamente deciden internarlo en un centro especializado. Su rabia había desaparecido al poco de llegar a los juzgados y ahora sólo le invade un sentimiento de frustración y pérdida. Sabe que su vida ya no será la misma sin su gato, su amado gato siamés.

Al día siguiente, por la mañana, los policías encargados de dar el almuerzo se encuentran una escena nada normal. Decenas de gatos están en la celda dónde horas antes estaba el detenido aunque de éste ya no quedan indicios. Al abrir las puertas los gatos corren hacía todas direcciones pero no hay rastro del sujeto. Ha desaparecido y nadie sabe cómo ha sido posible. Después de estar buscando por todas las dependencias se da la orden de búsqueda y captura. Los policías salen atropellándose de la comisaria en busca de aquel perturbado que tan peligroso parece ser sin darse cuenta que un enorme gato siamés los observa desde un tejado cercano.

Esta inmóvil y aunque parezca que no puede ser, el gato sonríe, parece que esta pensando que esos policías que tantas prisas tienen no saben adónde van ni por dónde tienen que empezar a buscar y aún así lo hacen sólo porque sus superiores se lo han ordenado. El gato sigue mirándolos mientras sonríe en la cornisa porque sabe la verdad. No lo encontrarán.

Ellos persiguen a un hombre y no a un siamés, cómo él.



Devorando recuerdos



Volvía del trabajo paseando vagamente por las calles mientras se preguntaba cómo era posible que siguiese sin encontrar respuesta a las múltiples preguntas que le asaltaban. Se sentía atrapado en una red de interrogantes que no le dejaba ver más allá y se veía a si mismo cómo uno de aquellos insectos que caen atrapados en una tela de araña y que por mucho que se esfuercen, no consiguen salir. Parecía estar muy sólo, no aislado, sino sólo cómo si fuera un disciplinado agente de la Soledad que hace su trabajo diligentemente. Nada era lo que parecía para él mientras vagaba ausente por esas calles que tantas veces recorría distraído. Sacó las llaves y abrió la puerta de su casa. Sin novedad, todo seguía en el mismo sitio y le extrañó haber pensado que cabía la posibilidad que no fuese así, que un día al abrir la puerta de su casa, ésta estuviese patas arriba, porque esto, estaba seguro, le provocaría un susto de muerte. No sabía la razón del porqué cada día pensaba cosas tan raras. Se dio una ducha y al salir y sin pensárselo se estiró en una tumbona del pequeño jardín que poseía en la parte trasera, era su rincón preferido. Le gustaba descansar tomándose una cerveza bien fría y viendo cómo el día declinaba aunque últimamente no había podido ni había sido capaz de hacerlo. Demasiados recuerdos, demasiadas preguntas abundaban en su mente y sentía que en aquellas difusas circunstancias no podía salir al patio trasero porque era mancillar todo lo que representaba aquel rincón. Sin pensárselo se había tumbado y ahora que estaba sólo y en silencio se daba cuenta de lo que había hecho. Había traspasado una linea que tiempo atrás se había autoimpuesto y que había llegado a ser infranqueable en su interior. Él era una persona que se obcecaba mucho y las cuestiones que se le amontonaban en su cabeza estaban sobredimensionadas por no ser capaz de relajarse y por tomarse las cosas cómo se las tomaba. Desde hacía algún tiempo se autoimponía severos hábitos con la esperanza de mejorar las cosas pero éstas en lugar de arreglarse se estaban deteriorando a un ritmo vertiginoso. Bebió otro sorbo de cerveza y se estiró mirando el cielo que poco a poco se iba oscureciendo y en esos momentos pensó en su vida de los últimos años y se dio cuenta que la había vivido frenética y alocadamente, sin percatarse de las terribles consecuencias de sus actos y sin medir la importancia de sus palabras. Ahora sufría sus efectos. Llevaba tiempo sin saber que le pasaba pero teniendo la certeza que algo no iba bien en su interior. Era cómo si el masivo agujero negro del centro de su universo hubiese empezado a devorar todo lo que le rodeaba. Tenía la sensación que en el centro de su ser existía algo que en vez de crecer estaba aniquilando todo lo que encontraba a su paso. Se sentía perdido, se sentía indefenso ante la posibilidad de desaparecer. No quería perderse cuando aún no se conocía. Se incorporó y se acabó de un trago la cerveza. Se levantó y se fue hacía la cocina, no tenía hambre pero estaba decidido a prepararse algo, quería apartar aquellos pensamientos que se le acumulaban en su mente y que sabía que antes o después serían devorados cómo había pasado con sus recuerdos. Estaba sólo, más sólo de lo que cualquiera puede estar porque su soledad no radicaba en un aspecto circunstancial, su soledad se sustentaba en un interior que cada vez estaba más vacío. Su vida actual transcurría en un intervalo, en el espacio que ocupaba su existencia en su propio olvido. Estaba sólo y se sentía atrapado. De repente todo el cansancio acumulado durante el día hizo acto de presencia y se fue a la cama. Al cerrar los ojos sintió un ligero mareo, su cuerpo se estremeció y una minúscula arcada le sobrevino. Estuvo a punto de levantarse pero esperó. Nada era cómo antes, ahora todo en su vida transcurría en una especie de siniestra calma que lo mantenía en un apagado estado. Dejó de ser sociable para convertirse en un solitario porque al final entendió que en los otros no encontraría lo que en su interior se estaba destruyendo. Nada iba a volver, ni sus recuerdos ni su vida y era esta absoluta certeza lo que tanto daño le hacía. El ser debe cambiar, se decía, pero no desaparecer, se recordaba. Finalmente se durmió aunque no pudo tener un sueño placentero.

 

 

¿Cómo es posible vivir en el espacio que ocupa la existencia en tu propio olvido?
Sin miedo.

(David)


 

 

Me siento



En esta vida mía,

me siento Keats en estos días,
me siento Neruda con su inocente mirada,
me siento Blake entre visiones y arte,
me siento Murakami atrapado entre realidad,
me siento Poe cada vez que me miro al espejo,
me siento Saramago a cada reflexión,
me siento Cernuda en los momentos de pasión,
me siento Nervo cuando deseo de corazón,
me siento Herbert cuando viajo a lo mesiánico,
me siento Hesse cuando anido en mí,
me siento Matute cuando río mientras escribo,
me siento Marsé y su diáfano vivir,
me siento Sabines cuando amo,
me siento Whitman cuando ando libre,
me siento Byron en momentos e instantes,
me siento Baudelaire en mis penas,
me siento Verlaine y soy poeta maldito,
me siento Lorca y su alegría,
me siento Hernández cuando canto una nana,
me siento Novalis cuando viajo,
me siento Lope de Vega cuando cabalgo,
me siento Tolkien en sueños,
me siento Suskind entre aromas,
me siento Chejov cuando me levanto,
me siento Shakespeare cuando estoy loco,
me siento Asimov en este extenso universo,
me siento Verne en una mirada visionaria,
me siento Dickens en mis juegos,
me siento Kipling cuando voy a la selva,
me siento Stevenson cuando zarpo hacía el mar,
me siento Allende y parte de su familia,
me siento Auel cuando alcanzo al sapiens,
me siento Pessoa si estoy pasajero,
me siento Dostoievski si le doy al juego,

me siento...
y
no dejo de sentirme.



Emborracharme de Ti (video)

Curiosidad



Tan pronto me levanté supe que no estaba en mi cama. Sentía mi cuerpo reposado en algo que parecía hierba. Al incorporarme me dí cuenta que estaba en medio de una extensa llanura. El Sol acababa de salir, el cielo estaba despejado y nada se escuchaba en toda aquella inmensidad que me rodeaba. Estaba sólo. Me pregunté si aún estaría durmiendo pero me aseguré que estaba despierto y bien despierto. No sabía cómo había llegado ni que era aquel lugar que tanto se parecía a un prado aunque yo sabía que no lo era. La supuesta hierba se parecía mucho a la auténtica hierba, su color y su forma eran iguales pero no su textura. Al tocar esa corta hierba te dabas cuenta que no era natural. Una buena réplica pero réplica al fin y al cabo. Con el Sol y el cielo pasaba lo mismo. Eran cómo los originales pero en este caso su luz era diferente, más tenue, sin tanto fulgor por parte del Sol ni tanta claridad por parte del cielo. Parecía estar en medio de un inmenso prado recién segado y bajo un cielo radiante y soleado pero sabía que no era así. En todo aquello había algo artificial, algo que no era del todo natural y desde hacía un rato, podía simplemente sentirlo. No tenía miedo aunque si curiosidad, esa misma que me había posibilitado hacer cosas que ni en sueños hubiese creído posible hacerlas. Me habían enseñado que las personas curiosas no tenían miedo y que justamente esa curiosidad, y no el miedo, era lo que ayudaba a una persona a seguir adelante. Aparentemente estaba en medio de ningún lugar, sin saber cómo y porqué y aún así no había signos de contradicción en mi actitud. Estaba tranquilo mientras seguía de pie mirando todo a mi alrededor con una expresión serena. Respiré profundamente tres veces y sonreí. Sabía lo que tenía que hacer.

No era un hombre perdido, esto lo sabía perfectamente, tan sólo era un hombre en un lugar nuevo, un sitio dónde las cosas parecían ser una cosa pero no lo eran exactamente. Lo sabía y no me importaba. Volví a respirar profundamente tres veces y me puse en marcha.

Creía saber muchas cosas antes de haber llegado allí pero estaba claro que ahora nada de eso me servía. Tampoco me importó y volví a sonreír.

En esos momentos, mientras caminaba hacía el horizonte, comprendí que mis nuevos pasos no se basarían en mi conocimiento anterior sino en las huellas que recorrería, a partir de ahora, en esta nueva senda de la curiosidad.



Tan solo estaba explorando los limites de la realidad. Tenía curiosidad por ver qué pasaría. Eso era todo: simple curiosidad”.
(Jim Morrison)


La curiosidad es la insubordinación en su más pura forma”
(Vladimir Nabokov)





Mi Gato






Los pelos largos de mi gato
son finos y ligeros
y
su negro azabache
parece no tener fin,

es cariñoso y cósmico,
alegre y sideral,
así es mi gato,
uno sin igual.

Avanzamos y crecemos juntos,
nuestros surcos son los mismos
y
las estrellas, los ojos y las luces
que siempre le rodean,
también son los míos.

Mi gato cósmico
es mi amigo amigable
con un toque de ambigüedad felina
en sus azules ojos
y
a su paso se acercan
propios y extraños
y
en su cola endiablada,
se dibujan SueñoS.

Este compañero fiel y particular,
fruto de mis ganas
y
de su infinita paciencia,
reposa a mi lado
y
en su mirada minina
me descubro de nuevo
transformado
en negro azabache
y
alegre bigote,
como mi gato.







Sastre con Suerte



Soy un sastre con suerte,
de esos que los trovadores cantan
como sastre atípico y soñador,
vivo en una tierra dónde
no existe otro como yo.

Sastre que cose sin aguja,
sastre atípico y soñador,
manos que hilan sin hilos,
sin agujas y sin temor.

Soy un sastre con suerte,
que hila con letras,
letras que desnudan tu cuerpo
y letras que lo visten
y
hoy he creado para ti
un aura única y deliciosa,
una vestimenta etérea
que no puede ocultar tu belleza.

Un vestido cosido de miles de Te quiero,
que te susurra palabras de Amor,
aquí, ahora y siempre.

 
Soy un sastre con suerte.